EH Bildu y Elkarrekin Donostia han promovido que se incluya la estatua en el catálogo de símbolos contrarios a la memoria democrática, lo que impediría, entre otras cosas, conmemorar el 75º aniversario de su inauguración. Para justificar su postura, apelan a una supuesta vinculación con el nacionalcatolicismo, a pesar de que la idea de levantar el monumento data de 1926, es decir, una década antes del inicio de la Guerra Civil. Entonces se creó una «Junta Pro-Monumento al Sagrado Corazón de Jesús» que comenzó a recaudar fondos mediante suscripción popular. La idea caló hondo en una parte de la sociedad donostiarra y el proyecto empezó a tomar forma. Los mismos autores que lo ejecutarían años después, el arquitecto Pedro Muguruza y el escultor Federico Coullaut-Valera, ya estaban vinculados al proyecto en esta fase inicial.

El alcalde Eneko Goia (PNV) ha salido en defensa del monumento, recordando que forma parte del paisaje urbano donostiarra y está plenamente integrado en la identidad de la ciudad. «No se puede borrar la historia con criterios ideológicos o intereses partidistas», ha señalado con firmeza.

También el obispo de San Sebastián, Mons. Fernando Prado, ha desmontado la acusación mediante una carta publicada en la web de la diócesis (*) subrayando que el monumento «tiene un sentido exclusivamente religioso» y representa «la fe de un pueblo que, en los años veinte, quiso honrar al Corazón de Cristo». Según el prelado, convertirlo en una herramienta de confrontación política es un acto de deslealtad hacia la verdad histórica y la libertad religiosa.

La respuesta social no se ha hecho esperar: asociaciones vecinales, colectivos culturales y numerosos ciudadanos han manifestado su oposición frontal a lo que perciben como una tentativa de imponer una visión laicista radical desde el poder institucional.